Hay libros que, más que un conjunto de ideas, sirven de espejo incómodo. En Piénsalo otra vez, Adam Grant parte de una premisa tan sencilla como, muchas veces, radical: reconsiderar nuestras creencias no es un signo de debilidad, sino el mayor acto de fortaleza intelectual. Una invitación a la duda en un mundo de convicciones ciegas, algo que, en el mundo actual de lucha por tener razón, resulta contracultural. En el último número de la revista, Luis Torras escudriña los motivos que lo convierten en un libro imprescindible.
Para el asesor financiero, esta tesis tiene implicaciones directas. Vivimos en un entorno donde clientes, medios, redes sociales e incluso colegas confunden la confianza con la competencia. Cuando la experiencia acumulada demuestra cómo el exceso de confianza no es solo un sesgo cognitivo, sino un fenómeno que debilita enormemente nuestra gestión del riesgo.
Grant remarca los riesgos que derivan de lo que él llama rigidez cognitiva: es decir, el apego, esencialmente emocional, a nuestras ideas, incluso cuando la realidad comienza a desmontarlas. Nos enamoramos de nuestras opiniones, y es fácil que seamos refractarios a cambios en los hechos. Basta ver la práctica periodística en muchos ámbitos. En el ámbito específico del asesoramiento, esto se traduce en aferrarse a narrativas de mercado, estilos de inversión o supuestos “macro” que quizás fueron válidos en el pasado, pero que han perdido su utilidad en el momento presente.
Grant señala cómo los humanos tendemos a operar en tres “modos mentales” por defecto. El primero es el predicador, consistente en defender con fervor nuestras creencias, evangelizando ideas que consideramos incuestionables. El fiscal, cuando nos obsesionamos con demostrar que los otros están equivocados, descartando información que contradiga nuestro argumento (ceguera cognitiva). Y el político (chaquetero), que adapta el discurso para agradar o proteger nuestra reputación dentro del grupo.
El reto, señala, es aprender a actuar como científicos (en su acepción más popperiana): formular hipótesis, someterlas a prueba, analizar datos con honestidad radical y estar dispuestos a cambiar estas premisas cuando así lo aconsejen los hechos.
El sesgo de sobreconfianza y la “Montaña de la Estupidez”, según Grant
Una de las metáforas más gráficas del libro es el retrato del efecto Dunning-Kruger, la llamada “Montaña de la Estupidez”: cuando sabemos poco, nos sentimos desmesuradamente seguros; a medida que aprendemos, la confianza cae en picado hasta que logramos una seguridad más modesta, pero mucho mejor fundamentada.
De nuevo, en el mundo financiero es fácil observar estos fenómenos de manera omnipresente. Un asesor con unos pocos años de experiencia puede mostrarse más vehemente que un veterano que ha sobrevivido tres ciclos bajistas. La propia industria fomenta a veces esta narrativa: banners con el lema “confianza” brillan más que aquellos que anuncian “revisión crítica” o “humildad epistémica”. El inversor Naval Ravikant señalaba hace poco en redes sociales que, en X (antes Twitter), “los inversores noveles hablan mucho; los expertos escuchan.”
Cultivar el gozo equivocado
El antídoto para Grant no puede ser más contraintuitivo: cultivar el gozo de estar equivocado. Cada vez que una predicción falla o una tesis de mercado se desmonta, tenemos la oportunidad de enriquecer nuestro mapa mental. El error, bien gestionado, no deteriora la confianza del cliente; la robustece, porque muestra un asesor que aprende y se adapta.
En este sentido, Grant dedica buena parte del libro a detallar estrategias para desarrollar un pensamiento más flexible, varias de ellas perfectamente trasladables al día a día del asesor. Por ejemplo:
- Desprender la identidad de las creencias: no confundir nuestras ideas con nuestro valor como profesionales. Una tesis de inversión es una herramienta, no un tótem. Si resulta errónea, debemos abandonarla sin sentir que es un ataque a nuestro yo.
- Disfrutar la contradicción: abrazar la posibilidad de estar equivocados y convertirla en motor de aprendizaje. Esto cambia el diálogo con los clientes: un asesor que dice “esto es lo que los datos sugieren hoy, pero estamos preparados para revisar el enfoque si cambia el contexto” transmite rigor, no inseguridad.
- Argumentar para aprender, no para vencer: los debates internos en un equipo de asesores o con analistas externos no deberían ser combates para ganar, sino para refinar tesis. Preguntas como “¿qué datos te harían cambiar de opinión?” son un catalizador formidable para pensar con profundidad.
Clima para el entendimiento en el libro de Grant
Un capítulo particularmente valioso aborda cómo fomentar el cambio de mentalidad en los demás sin desencadenar resistencia. Grant sostiene que presionar suele generar más rechazo, mientras que invitar, con preguntas genuinas, crea un espacio más propicio para el entendimiento. En lugar de decir a un cliente: “Eso es un error, no deberías entrar en ese fondo ahora”, podemos probar con: “¿Qué te lleva a pensar que este es el mejor momento? ¿Qué datos reforzarían o debilitarían esa convicción?”
Otra situación hipotética, en un comité de inversiones, en vez de cuestionar directamente una creencia de un colega, Grant nos invita a favorecer el replanteamiento de la contraparte: “¿Qué necesitarías ver para abandonar esa hipótesis sobre los tipos de interés?”. Pequeñas semillas de duda bien plantadas pueden florecer en un cambio de perspectiva sin necesidad de confrontación directa
La crítica no es un ataque
Otro punto esencial del libro es que el repensar no puede quedar solo en el plano individual; debe convertirse en una práctica cultural dentro de equipos y organizaciones. Grant cita ejemplos concretos de empresas como Pixar, que institucionalizan reuniones donde las ideas son criticadas sin que ello se viva como un ataque personal.
En el mundo de las inversiones, aquí destaca el modelo de Bridgewater, el mayor fondo de cobertura del mundo fundado por Ray Dalio, quien, obsesionado por no cometer errores, ha favorecido siempre un entorno de radical truth que incluye generar un clima propicio para cuestionar opiniones y creencias como parte íntegra del proceso de inversión. Algo que requiere incorporar a financieros, analistas y asesores que no solo sean sólidos a nivel de competencias técnicas, sino que también incorporen soft skills como la agilidad mental y la humildad intelectual. Personas capaces de hacer un hábito del mantra “¿en qué puedo estar equivocado?”.

