Durante los siglos XIV y XV, Florencia no solo fue cuna del Renacimiento artístico, sino también de una revolución financiera silenciosa pero trascendental. A través de instrumentos como la letra de cambio, las grandes familias banqueras florentinas –como los Bardi, los Peruzzi y, sobre todo, los Medici– sentaron las bases de la banca moderna, combinando innovación técnica, visión estratégica y una red internacional que anticipó el sistema financiero global actual. Segunda entrega de Historia de las finanzas, en la que, en el número 19 de la revista, descubrimos el nacimiento de la banca moderna.
La letra de cambio era un documento que establecía una orden de pago entre comerciantes, bancos y clientes. Funcionaba como un contrato en el que una parte (el librador) ordenaba a otra (el librado) el pago de una cantidad específica a un beneficiario (el tenedor de la letra) en una fecha futura. Una sofisticada estructura que garantizaba confianza y previsibilidad en las transacciones.
Se generaba también un documento que permitía a los comerciantes negociar y vender estas letras antes de su vencimiento –típicamente con algún tipo de descuento–, dando lugar al desarrollo de un mercado secundario de deuda comercial que mejoraba enormemente la gestión de la liquidez y del riesgo. Además, la utilización de estos mecanismos de financiación permitía a estos bancos soslayar las prohibiciones de la Iglesia y sus leyes contra la usura, ya que en el crédito comercial no había cobro de intereses directos.
La grandes familias florentinas: de los Bardi a los Medici
Sin el éxito de estas nuevas prácticas financieras y crediticias, es imposible entender el auge y la preeminencia que tuvo la banca del norte de Italia durante esos años, y muy especialmente la de las grandes familias florentinas de aquella época, como los Bardi, los Peruzzi o los Medici, quizás los más conocidos por llegar a ser los más influyentes y cuya marca en la historia del arte, como padrinos de Miguel Ángel (entre otros), es ya imborrable.
En un primer momento, fueron los Bardi y los Peruzzi los primeros en establecer redes por toda Europa, sentando las bases de la primera banca internacional moderna. En el siglo XIV, estas familias operaban con sucursales permanentes en Londres, París y Nápoles, financiando casas reales por todo el continente, incluido el rey Eduardo III, quien sufragó la Guerra de los Cien Años a través de préstamos con la banca florentina. (ya antes los Templa rios habían financiado al rey de Francia en empresas similares).
Unos préstamos que terminaron arrasando ambas casas, las cuales cometieron el grave fallo de concentrar riesgos en un único deudor (un error recurrente a lo largo de la historia, desde los Templarios hasta
la actualidad).
El auge de la banca Medici (1397-1494)
El verdadero auge de la banca florentina llegó con los Medici, una familia que combinó una gran pericia en el oficio de banquero con un profundo sentido estratégico del poder político en su sentido más maquiavélico. El gran patriarca de los Medici fue Giovanni di Bicci de’ Medici (1360-1429), fundador del Banco de los Medici en la ciudad de Florencia a principios del siglo XV. Uno de sus principios fundacionales fue el de la diversificación, distribuyendo siempre sus inversiones en forma de créditos y evitando depender exclusivamente y en exceso de los préstamos a monarcas, que, por sus volúmenes, eran siempre las operaciones más tentadoras y que podían permitir un crecimiento más rápido.
Uno de los grandes activos de los Medici fue la creación de una red de ‘filiales’ en distintas ciudades europeas, destacando Venecia, Roma, Nápoles, Ginebra, Brujas y Londres, lo que le permitió al banco diversificar verdaderamente su exposición al riesgo. Cada sucursal operaba como una entidad semiautónoma, lo que reducía el riesgo de colapso sistémico en caso de problemas financieros en una demarcación específica y permitía mucha agilidad en la concesión de crédito, basándose en un profundo conocimiento de la realidad local.
Pacioli y la contabilidad de partida doble
Otra de sus innovaciones fue la rápida adopción y uso sistemático de la contabilidad de partida doble desarrollada por el monje Luca Pacioli en 1494. Pacioli ideó un método que exigía registrar cada transacción o movimiento de capital dos veces, lo que permitía una mayor precisión y rigor en los libros contables y, por tanto, también una mejor gestión del riesgo.
Bajo Cosimo de’ Medici (1389-1464), el banco alcanzó su apogeo, convirtiéndose en una de las principales fuentes de financiación del Papado y controlando gran parte de la economía europea. Tim Parks señala en su libro Medici Money: “Los banqueros de la familia Medici dominaron la vida pública de Florencia y de gran parte de Italia durante sus casi cien años de existencia, desde 1397 hasta 1494”. Los Medici no solo eran duchos en el manejo del dinero, sino que también supieron ejercer una enorme influencia política en favor de sus intereses (algo que, bien utilizado, mejoraba también la gestión del riesgo), convirtiéndose en una de las familias más poderosas de la Europa del Renacimiento y dando también pie a todo tipo de leyendas y mitos.
El declive de la banca florentina
Como todo en la vida, también el dominio de la banca florentina tuvo su declive. A finales del siglo XV, el Banco de los Medici comenzó a decaer debido a varios factores, similares a los ocurridos en otras sagas, lo que dio paso a nuevas generaciones de banqueros preeminentes. Entre los factores destaca la pérdida del favor político, con la expulsión de los Medici de Florencia en 1494, lo que afectó gravemente sus negocios. A ello se sumó una menor pericia y hambre comercial de las generaciones posteriores, más dedicadas a la conspiración política y la financiación del Renacimiento que al, muchas veces tedioso y aburrido, oficio de la banca y el comercio internacional.
Los criterios de prudencia y diversificación se fueron olvidando, lo que poco a poco impactó en la rentabilidad de sus operaciones. Finalmente, la adopción de estas buenas prácticas en otras plazas como Venecia primero, pero más tarde en Amberes y Ámsterdam, que tomaron la delantera antes de que finalmente se impusiera Londres, acabó eclipsando a Florencia como principal centro financiero de Europa. Pese a este declive y pérdida de dominio, el legado ha permanecido, llegando en múltiples formas a nuestros días.